26 de septiembre de 2012

En el local liberal (II)

Betty observa como la chica se enerva al contacto de la mano sobre su espalda. La envidia. También ella quiere sentir esa excitación, esa electricidad que te recorre toda la espalda y te pone la piel de gallina. Es lo que a ella le gustaría sentir en ese momento. Cerrar los ojos y dejarse llevar. Empezar a sentir. La chica también cierra los ojos.

La mano cálida y acariciadora sigue recorriendo su espalda y al no encontrar resistencia, se va atreviendo cada vez más. Cautelosamente las caricias se acercan a zonas más delicadas, bajan por su cadera, por el muslo... Es su forma respetuosa de pedir permiso para más. Ninguna respuesta negativa. Las incursiones bajan ya del nacimiento de la espalda. Acaricia suavemente las nalgas con las dos manos, y sintiendo que tiene vía libre, el chico se pega a ella para que sienta su excitación. Ella sigue sin girarse pero se deja hacer. Podría estar llorando, quizás solo está disimulando, o quizás está dejándose llevar y expectante, invitándole. Él no puede saberlo porque no la ve, solo sabe que ella no lo rechaza. La coge con delicadeza por la cintura y la conduce al cuarto contiguo. Es un cuarto oscuro. Ella piensa que mejor así, no quiere verle la cara ni saber quién es, en ese momento solo son sensaciones sin rostro.

 Betty apura su copa de un trago, quiere concentrarse y al mismo tiempo disfrutar y ver hasta dónde llegará la escenita. En el cuarto oscuro solo hay dos parejas más y un chico solo, apenas se adivinan las formas, y cada uno va a su rollo, nada de interacción. El mirón se aleja al ver que nadie le invita y no detecta su presencia junto a la puerta. Se siente voyeur ella también.

Ella se agacha para dejar la copa en el suelo. Intuye por las sombras que tras las manos hay un chico muy joven y bien formado. Le susurra palabras en otro idioma. La coge por la cintura y se acerca a ella para besarla pero ella le rechaza sin brusquedad. "La boca no, por favor, no me beses". Siente que no puede besar a un desconocido. Le coge las manos y las pone sobre sus pechos y él comienza a besar su cuello y su escote. Cada vez está más excitado y le sigue susurrando palabras incomprensibles. "¿De dónde eres?" Él la mira pero no contesta. No la entiende. Da igual. ¿Para qué hablar? Sus caricias son cada vez más apasionadas. Le mete la mano bajo el vestido y le acaricia el culo por debajo de las braguitas. Luego baja por la cara interior del muslo para separar sus piernas con delicadeza.Ella se abraza a él levantando una pierna para aprisionarle y notar su miembro erecto, mientras empieza a jadear de pura excitación. Entonces él se separa levemente de ella y mirándola a los ojos, o eso parece a la tenue luz, le pregunta algo y le muestra lo que adivina es un preservativo. Ella asiente. Él pone la quinta. O la sexta, más bien. Es un chico muy fuerte y ella es menuda, así que la levanta sin problemas y hace que le rodee con sus piernas. La besa apasionadamente en el cuello mientras la aprisiona entre su cuerpo y la pared. Ella ronronea excitada y él la lleva sin demasiado esfuerzo al único diván que hay en el cuarto, se quita la toalla que lleva a la cintura y se pone el preservativo. Ella ni siquiera se quita el vestido, ni los tacones "Pin-Up". Pero tampoco le habría dado tiempo. Él mismo le levanta el vestido para quitarle las braguitas y ella se deja hacer. Con el calentón parece que le han entrado las prisas. Él las confunde con arrebatos de pasión y se entrega a fondo, no hacen falta más preámbulos porque ella está empapada y él entra sin problemas, a pesar de estar más que bien dotado. Ella disfruta del morbo de hacerlo con un desconocido, pero quiere acabar pronto, no quiere caer en la trampa de pensar en ello y arrepentirse. Las embestidas cada vez más aceleradas y las manos de él sobre sus pechos, ya fuera del generoso escote del vestido, la llevan al orgasmo, y la bajada del nivel de excitación que le sucede la trae a la realidad de lo que está haciendo. "Sigue, sigue... ¡¡pero date prisa!!" Él parece que esta vez la ha entendido, y ella ya más relajada atina a entender sus torpes palabras en castellano: "Yo sigo y sigo, tú más, yo duro mucho", "No quiero que dures mucho, ¡no tengo tiempo! Tengo que subir arriba, arriba, ¿me entiendes? Quiero que te corras, pero me tengo que ir, ¡no puedo seguir!" Él sonríe. Ella aún está excitada y siguen un instante más porque ella querría devolverle algo del placer que él le ayudó a alcanzar, pero realmente se quiere ir. Le aleja con un suave empujón y le coge la cara entre las manos para que la mire e intente entenderla: "Gracias, me ha gustado mucho, eres estupendo y un cielo, pero me tengo que ir, ¿lo entiendes?" Rápidamente coge su tanga y se levanta mientras le sigue mirando, pero él al darse cuenta la retiene y le dice que no se vaya, que se quede. En un último intento porque no desaparezca del todo le pregunta su nombre, le dice que si puede verla después. Ella niega con la cabeza, contesta que su nombre da igual y que se olvide de ella. Él le acaricia la cara y le coge las manos, ella le besa en la mejilla (en la boca no puede, es incapaz) y le regala una sonrisa que quizás ni siquiera haya visto. Le da pena dejarlo así, pero se aleja hacia la luz tenue del pasillo mientras se compone el vestido y se arregla el pelo para aparentar que no ha pasado nada.

Empieza a subir las escaleras sin ni siquiera ir al baño, de todos modos tampoco tenía ganas realmente. Escalón tras escalón, mil cosas pasan por su cabeza: que está loca, que en qué estaba pensando, que es la primera vez que hace algo así... Otro escalón. Que si habrá más gente que hará lo mismo, que si el chico tendría una pareja esperándole en algún sitio. Dos escalones más. Que si es normal hacer algo así y qué habrán pensado los que hacían cola para ir al baño, y si alguien se habrá fijado en ellos. Penúltimo escalón. Que si todo el mundo hace cosas así o ella ha sido demasiado "liberal", que no sabía que era tan atrevida, que en el fondo no se arrepiente de lo que ha hecho... Al llegar al último escalón, se mira en el espejo que viste la pared de enfrente y tras una fracción de segundo, una sonrisa asoma a sus labios. "Como poco, ha sido una experiencia... interesante. Excitante. ¡Vaya!", piensa. Y regresa a la zona de baile satisfecha y mucho más serena que cuando bajó. Segura de sí misma y sintiéndose más dueña de su cuerpo y de su voluntad que nunca hasta ese momento.

[Continúa en En el local liberal (III)]

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