27 de septiembre de 2012

El reservado

Era medianoche cuando por fin encontramos un sitio para aparcar. Antes de bajar del coche, nos quedamos un rato sentados dentro, para darnos una última oportunidad de echarnos para atrás. Entre risitas nerviosas, una lata a medio beber de RedBull, un mechero que cayó bajo el coche del bolsillo de una cazadora, y un tacón que se enganchó con el cinturón de seguridad, conseguimos por fin salir del coche para dirigirnos al local.

La calle estaba prácticamente vacía, salvo por una pareja y el portero que fumaban en la calle, los cuales nos hicieron sospechar que probablemente esa entrada oscura, sin iluminación y sin cartel llamativo, fuera el sitio que buscábamos. P entró decidida y la seguimos dejando caer un tímido "Buenas noches" al portero, que nos devolvió el saludo y abrió la puerta para que pasáramos. Nos cruzamos con un hombre cano, pequeño y con una sonrisa de oreja a oreja que salía de la mano de una espectacular mulata de metro noventa vestida de llamativo añil. En una fracción de segundo advertimos que con toda probabilidad los siliconados atributos femeninos pugnaban con los masculinos por hacerse un hueco dentro del escaso vestido en el que iba embuchada. En fin, para gustos pintan colores. Pero dentro de nuestra limitada experiencia de la vida e influidos sin duda por nuestros prejuicios, el chico y yo nos miramos con la misma mirada significativa. Si eso era representativo del ambiente que nos íbamos a encontrar dentro, menudo plan. P ni se inmutó y se fue directa al guardarropa, donde se pagaba la entrada, mientras nosotros, como luego supimos, pensábamos para nuestros adentros "¿En qué antro nos estamos metiendo?" Por supuesto, no nos atrevimos ni a abrir la boca.
Superada la entrada, accedimos a la zona de bar, donde las parejas establecen contacto. Una cosa es verlo en la página web, con las estancias iluminadas para la foto, despobladas, estáticas y silenciosas, y otra muy distinta estar metido ahí, rodeado de gente y con ambiente, sin apenas luz. Varios sofás y butacas en torno a  unas mesitas bajas jalonaban las paredes. Dos camareros trajinaban de un lado para otro tras la sinuosa barra. Con desenvoltura, P le comentó a uno de ellos (que por cierto no estaba nada mal) que era la primera vez que íbamos y preguntó si había relaciones públicas para enseñarnos el local. "Yo mismo, seguidme".  Guiados por él visitamos las instalaciones, mientras nos cruzábamos con parejas que deambulaban con la copa en la mano, completamente vestidos o con toallas.  Aún era pronto. "Aquí tenéis una zona de copas... Tras esas rejas se sitúan los chicos cuando vienen solos, hoy es día de parejas... Dos pequeños reservados... Aquí están las taquillas... Este es el pasillo francés... Si necesitáis salir a fumar podéis usar esta puerta..." Yo no me enteraba de nada. Aferré la mano de mi amigo y de P y no los solté en todo el recorrido.  A pesar de estar completamente vestidos, nosotras todas monas con nuestros vestiditos, tacones y el pelo recogido en una coleta, casi podía sentir como varios pares de ojos con los que nos cruzamos nos desnudaban sin el menor reparo con miradas como poco insinuantes. Gracias al cielo o al infierno, me es indiferente, no aprecié lascivia en ellas, o hubiera salido corriendo. Y no todas eran miradas masculinas. Eso sí que me llamó la atención.

Algunos lugares de paso eran muy estrechos y la gente parecía moverse a cámara lenta. Con no poca frecuencia, unas manos se acercaban como flotando en el éter para rozar mi brazo o la cintura de P. Ella los miraba descarada y se reía como una niña a la que invitan a participar en una travesura. "Este es el jacuzzi; en las taquillas hay chanclas; la llave y las toallas las podéis pedir en la entrada, dejando un depósito...". Unos escalones permitían acceder al jacuzzi, que estaba en el centro de la estancia, y unos sofás semicirculares con su correspondiente mesita permitían dedicarse a la contemplación, desde lo alto, de lo que pasaba tanto en el agua burbujeante como en el pasillo circundante, donde unos anchos divanes corridos comenzaban a poblarse de sábanas blancas desechables y parejas desnudas que no parecían enterarse de lo que sucedía a un palmo de ellos, o por el contrario se dejaban arrollar por las caricias de las manos que se extendían entre unos y otros creando un continuum de cuerpos conectados. Mucho menos se enteraban de que estábamos pasando a su lado como quien recorre las salas de una pinacoteca, sobrepasados por las escenas nebulosas que se sucedían ante nuestra mirada aturdida. Los gemidos se entrelazaban con las sombras de piel desnuda y no pude evitar pensar, al recordarlo más tarde, en una película porno de esas que aborrezco. Sin embargo, en ese momento, no recuerdo siquiera haber pensado. Solo era espectadora obnubilada y despegada de cuanto sucedía a mi alrededor. No me sentía parte de ello, y no entendía cómo era posible disfrutar de tener conciencia de tu cuerpo y al mismo tiempo del de los demás sin que tu mente se cortocircuitara. Era como estar en un simulador, y me parecía que en cualquier momento se encenderían las luces, se abriría una puerta y saldríamos al exterior en cualquier otro punto de la ciudad, frotándonos los ojos. Los jadeos y el murmullo del baño de burbujas se solapaban con la música de fondo y adormecían mis sentidos.  Todos los pasillos, sofás y rincones tenían formas sinuosas y serpenteantes y evocaban el ambiente oceánico y los camarotes de un submarino; las paredes salpicadas de ojos de buey permitían espiar los rincones más ocultos de ese mundo mágico e irreal. Pero me sentía incapaz de apreciar tales sutilezas. Apenas sí sabía dónde estaba y me dejaba arrastrar por mis acompañantes, anulada toda capacidad de orientación y decisión. Demasiados estímulos visuales y auditivos saturaban mis sentidos.

"Aquí tenéis dos reservados, pero ahora no podemos verlos, parece que hay alguien dentro". Los anoté mentalmente como refugio potencial. Cuando terminó el recorrido y volvimos a la barra, nos mirábamos aturdidos, pero por suerte ahí estaba P para traernos a la realidad. Parecía fascinada. "Chicos, ¿queréis que miremos a ver si hay un reservado libre ya?" No hizo falta que nos lo repitiera dos veces. Un pequeño oasis de vacío sensorial era justo lo que necesitábamos. Por suerte, había uno libre. Por desgracia, no tenían cerrojo. "Confiemos en que no entre nadie, je, je, je". Tras unos minutos de charla tomándonos nuestras respectivas copas decidimos que era el momento de empezar el juego, que para eso habíamos ido allí, ¿no?

- ¿Os apetece? Ja, ja, ja...
- ¡No, si quieres nos vamos!
- Calla, con lo que ha costado la entrada y el mal trago que ya hemos pasado, esto hay que amortizarlo, je, je, je..
- Chicas, yo no estoy seguro...
- ¡Aguafiestas!
- Ja, ja, ja...
- ¿No hace mucho calor aquí? La verdad es que nos podíamos poner cómodas, nosotras al menos, que para eso venimos como cebollas... ¿Te parece que nos quedemos con el picardías?
- Ah, ¿es que traéis picardías debajo del vestido? ¿Y nada más?
Sonrisa de oreja a oreja... Nos quitamos el vestido y él se quedó solo con el slip, pero seguía haciendo mucho calor aún para nosotras.
- Bueno, pensando en el juego de las prendas, nos habíamos puesto un montón de cosas monísimas pero ahora me sobra la mitad, ¡parecemos monjas!
- Si queréis os quito yo los picardías, ja, ja, ja...
- Uf, si es que también llevamos un culotte y debajo un tanga, ja, ja, ja...
- Je, je, je...
- ¿Y si empezamos directamente con menos ropa? Yo ya estoy sudando...
- Eso, lo del tanga y el sujetador, y las medias con liga ya me gusta, ja, ja, ja...

P se recogió su melena de tres tonos en un moño, estaba radiante, a pesar de la poca luz del reservado. Nos habíamos echado una crema "iluminadora" que hacía brillar ligeramente nuestra piel, y por la cara que puso él mientras deslizábamos los picardías por encima de nuestra cabeza, el efecto debía ser bastante llamativo. Nos miraba entre extasiado y petrificado. Parecía que necesitaría un desfibrilador cuando nos quitamos los culottes entre risitas y miradas de complicidad. Creo que las vistas no debían de parecerle nada mal.

- Oye, que en la playa enseñamos más, ¿por qué no nos quitamos ya el sujetador?
- Bueno, a mí me ha visto montones de veces, si a ti no te da palo...
- Es que me molesta, ja, ja, ja...
- Entonces no pongas excusas tontas, te lo quitas y punto, je, je, je...

Bueno, si a mí me suelen decir que tengo unos pechos naturales, bastante bonitos y firmes, especialmente para mi edad, y ni muy grandes ni desde luego pequeños, lo suyo ya era indescriptible. ¡Hasta me lo pareció a mí que soy chica! Noté que él se había quedado tan impresionado como yo. Según nos dijo después, pensó que ni en sus mejores sueños imaginó que estaría nunca con dos mujeres como nosotras.

- Que estarías nunca con dos mujeres a la vez. ¡Punto! Ja, ja, ja...
- A ver, empezamos con las fichas verdes, haz tú los honores que para eso eres el chico. Sus dedos parecían de mantequilla cuando cogió una ficha y se quedó mirándola un rato, luego nos miró a la una primero y a la otra después. Estaba como en trance.
- ¿Qué pone? Nos tienes en ascuas...
- ¿Eh? ¿El qué?
- ¡La ficha, tonto! Ja, ja, ja...
- Ah!... Pues.. No sé... No hay luz suficiente...
Casi nos da un ataque de risa, estaba tan paralizado por los nervios que no sabía ni qué hacer.
- A ver, con el mechero.
- Leo: "Los otros dos deben cubrir tu torso desnudo con nata y lamerla".
- Ja, ja, ja.... ¡Eso lo escribiste tú, seguro!
- Pues te va a salir mal porque con el vello del pecho se te va a hacer un pastiche....

Así, entre bromas, le hicimos echarse sobre la sábana y recorrimos su cuerpo cubriéndolo parcialmente de nata, pero no todo porque luego nos tocaría a nosotras comerla. El pecho, el vientre, el ombligo... Cuando llegamos al slip hicimos el amago de meter el bote por debajo y se ilusionó, pero riéndonos de su cara continuamos con un pequeño toque por los muslos. No queríamos abusar... A él le habría gustado, pero tendría que esperar. De repente nos dimos cuenta de que alguien descorría ligeramente la puerta, así que me giré y sin siquiera ver a la persona que miraba por el resquicio, la volví a correr. Comenzamos a lamer lentamente la nata sobre su piel y él cerró los ojos dejándose arrastrar por las sensaciones que le transmitíamos.

El ojo de buey sobre nuestras cabezas nos acercaba las voces acarameladas y el sonido de los hielos contra el cristal de la barra. Daba la impresión de que en cualquier momento unos ojos indiscretos se asomarían desde lo alto y se pondrían a mirarnos. Así que repartíamos nuestra atención entre la nata, la detección de posibles mirones y los sonidos a nuestras espaldas. No parábamos de mirar de refilón hacia el ventanuco ni de girar la cabeza; cuando no la una, la otra. Estábamos casi más pendientes de si alguien descorría o no la puerta que de ninguna otra cosa. Difícil relajarse así. Decidí cerrar los ojos como le vi hacer a ella y en un momento dado nuestras lenguas se rozaron y nos volvimos a reír. "Chicas, así no hay quien se concentre... Aquí queda un poquito de nata..." Pensé que en cualquier momento, como en el chiste, alguien gritaría "Oooooorganización". Y nuevo ataque de risa, fruto de los nervios que aún nos traicionaban.

Cada vez más relajadas, y con los ojos entrecerrados, nos aplicábamos con delicadeza a nuestra tarea, echadas a su lado o inclinadas sobre su cuerpo, mientras sus manos se deslizaban por nuestros costados suavemente. Decidimos que teníamos que pasar directamente al siguiente nivel, sin completar siquiera una ronda de las fichas verdes. Las siguientes tarjetas nos invitaron a caricias y besos más íntimos, y en mi turno me tocó sentirme prisionera entre sus cuerpos, de cara a P. Era la primera vez que notaba mis pechos desnudos contra los de otra chica y me pareció muy excitante, pero sobre todo lo fue sentir contra mi espalda lo que eso le provocaba a él. En su turno, tuvo que despojarse del slip y dejar que cubriéramos su zona púbica de besos evitando rozar su miembro, que parecía a punto de estallar.

Aún provistas de tanga, liguero y medias de rejilla, inclinadas como gatitas a punto de saltar sobre él, nos descubrimos los tres admirando nuestra imagen reflejada en el espejo. Era una visión en absoluto pornográfica,. Por el contrario, resultaba muy erótica y excitante, gracias a los complementos, las luces tenues y el brillo de nuestras pieles sudorosas. Continuamos absortas e inmersas en el juego, de espaldas a la puerta.

De repente noté una caricia en mi espalda. Me di la vuelta sobresaltada. No me había percatado de que una chica de mirada felina, alta y morena, con un vestido bermellón satinado, había traspasado el umbral mientras su pareja nos observaba desde el pasillo, dejando hacer a su emisaria. Con una sonrisa le hice un gesto de negación y acerqué mi mano a la puerta para indicarle que deseaba cerrarla. Me miró interrogadora, y retrociendo sin volverse cerró ella misma la puerta para devolvernos nuestra intimidad. No entendí en ese momento las miradas de los otros dos.

- "Deberíamos poder cerrar esto, así no hay quien se relaje"
- "Pues llevaban ahí un rato..."
- "El chico era muy guapo..."
- "¿Lo viste? Yo solo vi a la chica, era muy guapa..."
- "Podías haber dejado que entrara..."
- "¿Eh?"

En ese momento me percaté de que venía con una idea fija en la cabeza y de que me había cerrado en banda a la posibilidad de nuevas experiencias, pero es que ya lo que estábamos viviendo me parecía demasiada novedad para mi sobrepasada capacidad de transgresión...

- "Bueno, no era el momento, ¿no creéis? Qué lanzados sois, yo no lo soy tanto, desde luego. Ni me lo planteo siquiera. Bastante complicado es esto con nosotros tres ya, como para meter a más gente. ¿Tú sabrías qué hacer con ellos? ¡Pero si no sabes que hacer ya con las manos y con nosotras dos a la vez! Y aquí no cabe otra pareja..."
- "Tienes razón, no habría sido buena idea, ¿y si seguimos con lo nuestro?"
- "¿Es que no hay forma de cerrar esta puerta? El pestillo está roto... ¿Y si pasamos el pañuelo de seda por los dos agujeros y lo anudamos?"
- "Buena idea, ¡es perfecto!"

Solo así conseguimos distendernos completamente, disfrutar en la medida de lo posible de nuestros cuerpos y salvaguardar de miradas ajenas esa hermosa escena cuya impronta aún tengo en mi memoria: las dos de espaldas al espejo y de rodillas sobre el diván, giradas para poder admirar y retener nuestra imagen, adornadas con nuestros escasos complementos, con el pelo recogido en lo alto con algún mechón rebelde cayendo sobre nuestra frente o nuestros hombros, mientras él nos miraba fascinado, sentado entre nosotras y atando nuestras cinturas con sus brazos. Nos dedicó una sonrisa a cada una de nosotras y besó alternativamente nuestros vientres con delicadeza.
- Me parece una imagen hermosa...
- Sí, a mí también.
- Gracias, chicas; gracias, gracias, gracias...

Cuántos intentaron abrir sin éxito la puerta para espiarnos durante la siguiente hora, nunca lo supimos. Si lo hubieran podido ver, habrían sentido envidia. Seguro. Con cierta vanidad, nos dimos cuenta de que de alguna forma fuimos la sensación del local esa noche; nosotros, los recién llegados, los inexpertos, los novatos. No fuimos conscientes de ello hasta mucho más tarde, en el baño de burbujas.

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