26 de septiembre de 2012

En el local liberal (I)

Betty entró en el local sin pensarlo dos veces, no se fuera a echar para atrás. Mejor no darle vueltas. Había elegido esa hora porque sabía que estaba aún vacío y podría deambular a sus anchas por él, curioseando cada estancia. Le agradó el olor a vainilla de las velas aromáticas; al menos no olía a desinfectante ni a humanidad. Unas piernas muy sexis parecían salir de la pared sobre un sofá de corte clásico; los colores negro, rojo y dorado de la decoración le parecían muy apropiados. El toque de originalidad, además de las “piernas”, lo daban los pseudo-grafitis de palabras en distintos idiomas y pintados en blanco en la pared oscura, sobre el sofá. Se tranquilizó al ver que no había nadie rondando y se acercó a la barra, donde dos camareros charlaban como si tal cosa y sin prestarle mayor atención.


Pidió una copa para calmar los nervios. Necesitaba llevar algo en la mano para sentirse más segura. Recorrió las distintas estancias, incluido el pasillo francés donde un tabique con agujeros a distintas alturas incitaban al manoseo sin ambages. Adivinó un par de reservados con amplias camas de skay donde cabían varias parejas simultáneamente. Detrás de ella había una zona de baile, que en realidad era una especie de jaula enorme entre cortinas con una barra vertical en la que ella nunca se atrevería a bailar. Aunque bien pensado, nunca imaginó que se atrevería a entrar allí y menos sola. Pero entró. Detrás de la barra de bar, otra barra ya sin camareros, con taburetes altos, y varios sofás donde imaginó que las parejas establecerían contacto unas con otras antes de pasar a mayores. En esa planta había una zona… no sé si chill-out o ibicenca, da igual el nombre, el caso es que era nudista, con multitud de pequeños reservados con cortinas y pequeños repechos que los separaban de las zonas de paso, pero al estar todas descorridas la visión era casi total. En el centro, un inmenso jacuzzi, casi una piscina en realidad, con otra barra vertical para baile en el frente y bordes escalonados donde poder dejarse llevar sin temor a ahogarse o ahogar al partenaire. O a los partenaires, que ahí todo es posible. Las plantas frondosas y altas alrededor y la iluminación le daban un toque realmente relajante, casi le empezó a agradar y todo.

Solo quería mirar, pero pensó que, si no había nadie, un chapuzón desnuda le sentaría de maravilla y le parecería haber hecho algo más transgresor aún. Qué tontería, si no tenía tanta importancia, para qué darle tantas vueltas. Si le apetecía lo haría y punto.

Cuando se dirigió a las escaleras vio que ya había una pareja en la barra y un grupo de dos chicos y dos chicas entrando.

Betty se sorprende. "¿De verdad hay gente que se va en grupo a que la vean follar sus amigos, los mismos con los que se van de barbacoa los domingos? Bueno, quizás la que no sea normal sea yo…" Escaleras abajo solo estaban los vestuarios, las duchas, un aseo y un par de cuartos uno más oscuro que otro, aparentemente nada de interés. No pensaba estar mucho tiempo, pero decidió quedarse a ver qué pasaba. Puro interés sociológico, se autoconvenció. Le intrigó ver que en los vestuarios había signos de que ya habían pasado por ahí varias parejas, pero no las había visto. Intentaba calmar los nervios bebiendo sorbito tras sorbito y no se percató de que su copa y estaba vacía, así que fue a por otra. Ese día no iban chicos solos, en teoría. Así que como mucho le entraría una pareja. Pensó que, por seguridad, y con la prudencia que la había caracterizado hasta ese momento, haría como que estaba acompañada. Así que se sentó en una barra detrás de la zona de camareros con la copa llena y vertió un poco del ron amaderado con refresco de cola en el vaso de tubo vacío. Espera que fuera suficiente para dar el pego. Siempre podía dejar caer que su chico había salido a fumar y moverse por el local amparándose en la semioscuridad. A medida que se fue llenando de parejas, fue cambiando de ubicación para que no la ficharan. Encontró un sitio en particular donde podía mantenerse más o menos a salvo del grueso de las miradas, al tiempo que podía observar a las parejas que se reunían y charlaban animadamente. Varias personas se paseaban o charlaban en toalla tras haber ido directas a cambiarse y otras se paseaban desnudas o con la mínima expresión de la ropa interior, como quien se va de marcha por el centro. "Me pareció ver a algún chico solo… ¿pero no decían que “solo parejas”? En fin, imagino que siempre hay trucos." Había gente de mediana edad, bien normalita, algunos sin demasiados complejos por los que se ve, y mezclados con ellos bastante parejita joven, los dos cogidos de la mano y sentados en un sofá o aferrados a su cubata con aire de novatos. Los relaciones públicas no hacían más que pasar de una pareja a otra enseñándoles el local. Decidió seguirles disimuladamente ("Vaya, había aún más estancias medio escondidas que no había visto, supongo que las parejitas que no vi al entrar estarán ahí"). De paso que hacían el tour, iban alertando a los que estaban vestidos en la parte ibicenca en torno a la piscina de que era zona nudista, o recogiendo copas entre los ya cada vez más numerosos jadeos, murmullos y charloteo medio tapado por una música discotequera a todo volumen que no pegaba ni con cola. Al menos no en la zona chill-out… Se sentó un rato en la jaula, en una esquina oscura, con sus dos copas, la del “acompañante” y la propia. Aún no sabía si irse o quedarse, pero cada vez le daba más apuro continuar ahí…"De hecho, creo que me voy a ir…" Pero al hacer el amago de levantarse algo la hace sentarse de golpe. No se había fijado en que enfrente había otra chica sentada intentando pasar desapercibida. "Mmmmm, esta sí que tiene cara de desconcierto y de no saber qué hace allí, y no yo. Tiene ojos de haber llorado y la mirada cansada. A un sitio así no se va a ahogar las penas, ¿qué hace aquí?"`

La chica parece un poco ida, desorientada. Juguetea con su copa y mira el contenido de la de al lado. ¿Otra copa de un falso acompañante? No, de repente un chico aparece con andar cansino y se sienta a su lado sin decir nada, ella le mira inquisitiva y se pone tensa. Nada, silencio absoluto. Él busca su chaqueta, saca el contenido de los bolsillos, lo alinea sobre la mesita y lo vuelve a guardar cuidadosamente. No le hace ni caso y le vuelve la cabeza sin mirarla siquiera. Ella contiene las ganas de llorar, parece pensar “qué hago yo aquí con este gilipollas, ¡¡qué he hecho los últimos cinco meses dándole cada minuto de mi tiempo!!”. Él la mira ahora despreciativamente pero ni la toca. Parece solazarse en su sufrimiento. Gira la cabeza y se levanta como si fuera hacia la barra de bar, dejándola sola. Gilipollas. Hasta yo le tendería un brazo amigo o le daría una caricia consoladora. Él no. ¿Cómo era la frase esa? “Te castigo con el abanico de mi indiferencia”. Pues literal: la estaba castigando. Ella no cree merecerse eso, y no entiende cómo ha vuelto a caer otra vez en las redes de un narcisista manipulador como el anterior. La diferencia es que con aquel estuvo 20 años. Este no pasará de cinco meses. Otra diferencia: el otro, al final, se mostró abiertamente como era. Este aparenta haber cambiado, ser mejor persona, ser más tolerante, aguantar todas sus imperfecciones, sus fallos y sus errores con indulgencia y paternalismo. Pero la castiga por ello. Eso sí, sin un grito, sin un bofetón. Con indiferencia. Ella cada vez está más angustiada, quiere irse, pero no puede. Quiere que él se vaya, pero no se irá. Se levanta y se vuelve a sentar, coge la copa y la apura de un trago. Está indecisa y algo alterada. Parece ser que llevan toda la noche así. Él le dice que no le gusta el local, que la música está muy alta, que no está de humor y que no quería haber ido. "Entonces para qué insistes en que vendrás conmigo y en que quieres venir." "Es que dijiste irías con tu amigo S. No se viene a un sitio así con un amigo." "Ya, lo siento, es que llevabas todo el día sin dirigirme la palabra por una tontería, porque [seguramente] era una tontería, no hemos comido ni cenado nada y me tomé dos cubatas esperando a que decidieras qué hacíamos y cuando te fuiste de casa solo pensaba en desquitarme, no sé... no sé en qué pensaba; y ni siquiera quería venir a hacer nada con S., solo que lo viera y facilitarle la entrada para luego poder cotillear y reírnos; con él aún me río, ¿sabes? [al contrario que contigo], es mi amigo de hace muchos años [mientras que tú eres un recién llegado]." "Me da igual, ya ves que el sitio es un asco." "No es un asco, es que tú vienes a putearme y tenías que haberte ido y no volver, dejarme tranquila, ¿para qué vuelves?" Él dice que vale, que no le importa, que perdone y que si ella quiere quedarse, se quedan. Y a pesar de lo dicho, vuelve a pasar de ella. Otro bofetón que no suena. Eso la altera. Dice que para una vez que sale, quiere salir de verdad y si hace falta esperará hasta que abran la chocolatería de enfrente, y que le da igual lo que haga él. A fin de cuentas ella tiene coche y no depende de él para volver a su casa... Lo curioso es que él sí depende de ella.
Se levanta por no explotar y le dice que se va al baño, que le guarde el bolso.

Baja algo vacilante y sin decisión por las escaleras, tomándose su tiempo. Betty la sigue a poca distancia con curiosidad pero también preocupada porque la ve mal. La chica parece desesperada, a punto de desfallecer en varios sentidos. En el baño se encuentra a mucha gente haciendo cola, se apoya en la pared y se dispone a esperar. Las lágrimas empiezan a deslizarse por sus mejillas, se nota por el reflejo de una luz tenue sobre su cara. Empieza a respirar con dificultad y a sentirse muy deprimida. Está mareada por las tres copas que se ha tomado en poco tiempo. Le cuesta moverse y cambia de posición; se apoya de lado contra la pared. A su lado no para de pasar gente que quiere ver lo que se cuece en los dos cuartos contiguos. Un desfile continuo de toallas blancas pasa a su lado rozando su brazo, y varias miradas se cruzan inquisitivas con la suya pero ella no los ve. Solo mira al vacío. De repente contiene la respiración. Una mano masculina, se nota por el tacto, su calidez y su firmeza, le acaricia suavemente la espalda por encima del vestido y recorre muy despacio el contorno de su cintura.

[Continúa en En el local liberal (II)]

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