26 de septiembre de 2012

Cosa de tres


Una vez alguien que no recuerdo me contó que "una amiga de una amiga" había hecho un trío.

A lo mejor no lo recuerdo porque no me lo contaron y ese alguien nunca existió, ni la amiga de la amiga. Quizás fuera solo un rumor, una leyenda urbana, o la prosaica realidad de un submundo que solo podía imaginar. Esa historia que me contaron o que me imaginé era como una película en la que la amiga de la amiga era participante y espectadora; solo sentía a través de la excitación y el sexo salvaje y grotesco, de lo desconocido y lo ansiado, de las manos y los cuerpos que sudan y se aprietan el uno contra el otro para provocarse y buscar sentir sin llegar más que a un orgasmo, un momento culminante y el jadeo extasiado de unos cuerpos que cuando se separan no tienen nada más que decirse.





Ojalá hubiera otra palabra más apropiada que esa, trío, para lo que vivimos este fin de semana. Porque no tiene nada que ver con aquello. Si unos ojos morbosos y curiosos frecuentaran la escena, abriendo la puerta de nuestra intimidad una y otra vez, pretendiendo invadir y paladear la golosina que les ofrecíamos, solo verían en fotogramas el morbo explícito de unos labios paladeando la nata sobre tu cuerpo, bocas insaciables, risas descontroladas y medias con liguero y tangas, dos pares de tetas con los que más de uno llenaría de humedad sus sueños y, sobre todo, tres pasiones desbocadas y desvergonzadas, sin prejuicios, sin pudor y sin límites para su fantasía.

Pero lo que los ojos no ven y sus expresiones de envidia no reflejan es lo que de verdad explosionó esa noche, y la tarde siguiente, y no va a desaparecer nunca porque no es algo que se pueda limitar en unas pocas horas y pasar página.

Ni siquiera recuerdo que fuéramos tres. Quizás al principio, cuando aún decidíamos dubitativos qué hacer, qué tocar, qué besar. O a quién. O cuánto. Poco a poco nos fuimos fusionando, conseguimos desprendernos del peso de las miradas ajenas, del de los convencionalismos y del de las ideas preconcebidas. Nos solapamos, nos sentimos, nos dejamos arrastrar por algo que va más allá de la pasión y el morbo, de lo físico, del sexo. Fue sensual y sensorial, fue temor a lo que estábamos explorando en nosotros mismos y a nuestros propios deseos, fue descubrimiento, fue sorpresa. Fue único. Fuimos uno. Y no fue un sueño, ni fue un rumor, ni fue explicable ni descriptible. Y desde luego no fue vergonzoso, ni obsceno, ni fruto de una perversión.

En una nube de incredulidad y de serenidad por lo sucedido la noche antes, ayer volvimos a ser seis labios besándonos y fuimos uno, y fue mejor aún. No fue sexual sino sensual, fue necesidad y unión. No eras un chico, no era una chica, nos sentíamos deseados por igual y ansiábamos dar por igual. Y me sentí, nos sentimos, parte de algo especial, que solo nosotros habremos vivido y que nos hará sentir de otra manera a partir de ahora. Ya ajenos a miradas morbosas y anhelos desesperados, pudimos disfrutar de nuestras sensaciones plenamente, de fusionar nuestros cuerpos hasta sentir lo que sentía el otro, de los hielos sobre nuestro cuerpo y de las lenguas que se entrelazaban sobre tu sexo, diciéndonoslo todo con nuestras miradas, nuestros jadeos y el calor de una pasión serena. Hubo sexo pero sobre todo hubo cariño. Y eso no va a desaparecer nunca. Ya nunca volveremos a ser tres. Ahora somos uno, satisfechos de haber explorado esta otra realidad, que existió pero que sobre todo sigue existiendo; expectantes ante nuestras propias reacciones y sorprendidos de que existiera una realidad paralela e inexplicable, sabedores de que lo que ha fluido entre nosotros es algo especial y de que somos unos afortunados. Mis ojos ya nunca más te mirarán igual. Ahora me veo, te veo, nos veo, desde el interior de nuestra sorprendente y mágica experiencia. Felices, relajados, con la sensibilidad a flor de piel y agotados de tanta pasión. Y sí, hubo sexo, mucho sexo, pero eso es lo de menos.

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