26 de septiembre de 2012

En el local liberal (III)

Con el corazón acelerado y mucho más despierta que cuando bajó, Lys se acerca a la pétrea figura del impávido mequetrefe. Porque eso es lo que ahora le parecía. Desde luego, coloso no era en ningún sentido. "¿Por qué has tardado tanto?" ¡Vaya, el monigote habla! "Había mucha gente esperando para entrar. ¿Por qué? ¿Ya te estabas preocupando?" "¿Yo? Para nada." Me lo imaginaba, tranquilo, era una pregunta retórica... Sonríe amargamente para sus adentros y, antes de sentarse, mientras se pregunta qué hacer ahora para matar el tiempo, agita su vaso de tubo vacío por si el hielo se hubiera derretido y la apura. Deja caer la rodaja de limón en la mano y se la come tal cual, con piel y todo. La acidez del limón combinada con el sabor amargo de la cáscara le da sensación de realidad. "Me da dentera, luego existo". Vuelve a dejar la copa en la mesa y al girarse para sentarse junto al hombre florero observa a la chica de enfrente, la misma que vio abajo, junto al baño, a la entrada del cuarto oscuro.


Sus pensamientos la llevaron a revivir momentáneamente la escena anterior. ¿Qué había pasado en realidad? Una chica se deja arrastrar por la pasión de un desconocido y sin apenas mediar palabra se ponen a follar como locos y como si el mundo estuviera a punto de acabar a pocos metros de un montón de personas que podrían haberlo presenciado todo, como quien dice, aunque a decir verdad, salvo una persona, nadie reparó en ello. Fuera de contexto suena a que una chica drogada, borracha o putón verbenero se tira al primero que pasa o a que un tío se aprovecha de las circunstancias. Nada más lejos de la realidad, aunque es cierto que el alcohol produce esa sensación de desinhibición y laxitud que hace que uno se permita saltarse sus propios límites con autoindulgencia. Además, no es lo mismo que eso suceda en medio de un parque, de la calle o de un bar de copas, que en un local como ese. Ahí todo es diferente, la gente va a lo que va y es mucho más honesta y sincera en su declaración de intenciones. Sencillamente, no hay hipocresía, no hay medias tintas, no hay necesidad de aparentar que no se desea lo que obviamente todos desean. Las tonterías se dejan en la puerta. De hecho, el respeto es aún mayor que el que habría en una discoteca, donde seguramente cualquier tía sola en estado de embriaguez tendría que quitarse a tres o cuatro pulpos de encima y apenas conseguiría salir de la marabunta sin que algún baboso borracho le metiera mano, le pellizcara el culo o le tocara una teta al tiempo que le soltaba cualquier grosería. Para salir huyendo.

Pero al cruzar el umbral de estos locales, la gente se desnuda de ropa y de pudor, de prejuicios y de inhibiciones. Es cierto que muchos aún van ahí como quién va a un puticlub esperando follar sin más. Por eso es importante tantear los distintos ambientes, horas y días, porque el público es muy variable. Pero no hay nada como conocer las cosas para darse cuenta de qué va el tema, y muchos se acaban "convirtiendo" o al menos, aunque no la compartan, acaban conociendo la filosofía liberal. En cuanto a los chicos solos, lo tienen un poco chungo, es cierto, pero como bien dice un amigo mío, a estos sitios "no puedes ir con ningún tipo de expectativas si no quieres cagarla o decepcionarte". En cualquier caso, aunque la filosofía liberal en muchos casos está ligeramente desvirtuada por las intenciones de unos pocos (básicamente tíos que van solos o acompañados de profesionales que cantan como maracas), en general prima el respeto y la educación, y la mujer es la que decide y marca los tempos. No puede ser de otra manera, o todo se iría al garete. Según comentó la relaciones públicas, de hecho si alguien se pone especialmente pesado más allá de los límites del respeto mutuo, basta con quejarse y seguramente acabaría de patitas en la calle. Son las normas. El lenguaje no verbal también es importante. Los gestos, las caricias, las miradas, la lentitud de movimientos... No hay brusquedades, no hay groserías, no hay acoso... Nada sin consentimiento mutuo y expreso. Entre parejas, lo ideal es llevarlo hablado de casa, con antelación, saber hasta dónde está dispuesto a llegar cada uno y respetarlo a tope. En ese contexto, lo sucedido entre la chica y el desconocido no es especialmente llamativo ni escandaliza a nadie. Seguramente nadie se ha percatado siquiera de que los dos implicados son, siquiera, desconocidos el uno para el otro.

No hay que darle más vueltas, había una necesidad para dos personas y la posibilidad de satisfacerla, eso es todo. En el sitio ideal para hacerlo. En el momento justo. ¿Por qué no? Este último cuarto de hora le abrió los ojos a Lys y le hizo plantearse muchas cosas, incluida la pregunta de si quería o no embarcarse o mantener esa relación tóxica que la lastraba y no le dejaba explorar su entorno con libertad, sin miedos, ni conocerse realmente a sí misma. Salió del estado de sopor mental que la invadía y la hizo reaccionar. ¿Quería seguir midiendo cada una de sus palabras, de sus acciones, de sus intenciones para evitar provocar una confrontación a cada minuto? No. Solo quería dejarse llevar, equivocarse solita, caerse y volverse a levantar, pero sin que nadie le pusiera zancadillas a cada paso. Y si eso lo podía hacer con alguien que pensara como ella, mejor que mejor, pero desde luego no sería el fulano ese que miraba con cara de cabreo al mundo. Mientras pensaba todo esto, volvió la cara a la chica que se sentaba en la otra esquina y descubrió que a su vez la miraba a ella. Las dos sabían que la otra sabía. La miró fijamente a los ojos y le sonrió. La otra mantuvo su mirada, pero al cabo de un instante le devolvió una sonrisa que expresaba cierta camaradería y aprobación. Ahora eran cómplices, partícipes de una travesura en la que una se veía a sí misma en los ojos de la otra. Las dos compartían una aventura común que no era más que la exploración de una nueva forma de sexualidad, y al mismo tiempo era el descubrimiento de un nuevo yo interior, mucho más rico, colorido y matizado que su gris pasado. Las dos contaban además con la tranquilidad de saberse aceptada por la otra.

Aún así, no se arrepintió de haberse girado y haber apartado con delicadeza la mano que le acariciaba. Miró al chico como diciéndole "Ahora no, lo siento", y él hizo un gesto con el significado implícito de "Tranquila, no hay problema". Fue entonces cuando su mirada se cruzó con la de aquella chica que había visto arriba, sola, mirándolos fijamente. Observó como cerraba los ojos un instante, y como si estuviera flotando, apuraba su copa y se situaba en el hueco que había entre ella y el chico insinuando que a ella sí que le gustaría que la acariciara. Ligeramente sorprendida e intrigada, se olvidó de que había bajado para ir al baño y los observó mientras se introducían en el cuarto contiguo y luego mientras follaban en el diván. Solo ella se había percatado de lo que había pasado. No podía dejar de observarlos, y lo cierto es que ni ella le pareció impúdica, ni la escena le pareció escandalosa, ni su propio voyeurismo le pareció indecente. Para nada. Llegó a la conclusión de que en general le damos demasiadas vueltas a las cosas y ponemos demasiadas etiquetas. La vida, el sexo, las relaciones personales... Todo es mucho más natural y enriquecedor cuando se deja que las cosas fluyan, y fluyan, y fluyan... Ahora pensaba que en momentos como el anterior le gustaría poder ser como aquella chica. Y atreverse. Sin más.

Cuando al cabo de unos minutos, y ante la inminencia del cierre del local, por fin se levantaron para abandonarlo, le guiñó un ojo de complicidad, como si la conociera de toda la vida. Se preguntó si esa sería la última vez que se verían. Pero lo que no dudaba es que esa sería la última noche que pasaría con el mequetrefe.

Betty le dedico una mirada de ánimo cuando pasaron por delante de ella.
Volverían a encontrarse.
Seguro.

Enlaces sobre Lys:

- Lys Green y Mequetree: El quid de la cuestión
- Lys Green: Cómo he podido ser tan idiota

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