27 de septiembre de 2012

Drogadicción y pasión

Vosotros sois mi droga. Generáis en mí esta enfermedad, esta dependencia de las sustancias que saturan mi corteza cerebral y que alteran mi comportamiento y mis emociones, nublan mi juicio y mi entendimiento, relativizan el dolor y la percepción. Os deseo porque en las dosis adecuadas podéis producir alucinaciones, intensificar los sentidos, provocar sensación de euforia... Os necesito porque vuestra ausencia puede ser desquiciante, puede enajenar mis sentidos, puede arrastrarme a la desesperación.

"Amor, entiéndelo, la falta de tu sangre en mis venas me hace bordear la locura y coquetear con la dama negra en mis ensoñaciones más extremas, y solo ellos me alejan del abismo. Desde que me faltas, siento que se me encogen el alma y los pulmones y que una mano atenaza mi garganta. Padezco el dolor desgarrador de mis músculos cuando se contraen por falta de alimento, el temblor descontrolado que me alerta imperiosamente de mi necesidad de ti, el desplome de mis emociones hasta las profundidades insondables."
Me sirvo de la morfina de vuestra inmediatez, lo reconozco, para mitigar mi angustia. A veces desearía poder dilatar el estado de euforia que me produce vuestro consumo hasta la extenuación y el coma. Pero se me antoja aún remota la posibilidad de que la tolerancia me incite a consumir mayores cantidades, y sorprendentemente, mi organismo no parece precisar de más para conseguir el mismo efecto. Por el contrario, tengo la impresión de haber aumentado la sensibilidad y la predisposición a los insumos que son vuestros besos, vuestras caricias y vuestra energía vital. Encuentro más llevadero el síndrome de abstinencia que me produce vuestra falta que la dependencia de un amor que esclaviza la voluntad y desplaza mi necesidad física de alimento para el cuerpo, descanso para la mente y paz para el alma. Curioso que piense en el alma, cuando hoy me siento profundamente atea, mientras Dios no lo remedie. Será por eso que encuentro desvirtuado el concepto de moralidad aprendido entre los curas y los monjas de mi infancia. Incluido el de quien me dio la vida tras haber pasado ocho años en un monasterio para poder tener argumentos irrebatibles con los que defender su ulterior ateísmo recalcitrante.

Me siento agotada, pero vuelta a la vida tras esquivar a aquella dama que al resto da pavor, aunque yo la conozco de antaño; tan solo aprendí a ignorarla. Siento cómo se diluye el dolor y cómo vuelve a mí ese éter cálido y perfumado que envuelve las pasiones. El del estallido de la oxitocina que provocó la excitación sexual al sentir mi cuerpo aprisionado entre el de F y las taquillas de aquel vestuario impúdico y sugerente, y la desvergüenza con la que nos permitimos bromear sobre nuestras fantasías más secretas, solos o en compañía. La misma sustancia que me llevó al éxtasis de rodillas frente al cuerpo desnudo de Ch de tanta complicidad y deseo. Es un misterio para mí cómo puede Ch combinar esa pasión sexual (y la excitación que me produjo el contacto con su piel desnuda y perfecta contra la mía mientras vendaba mis ojos, desnudaba mis pechos y sujetaba mis manos para recorrer mi cuerpo con sus labios) con la erotización de la mente y la calidez en las palabras. Y qué decir del gesto protector de ocultar mi cuerpo de miradas lascivas tapándome con la toalla, sabedor de que sentía pudor de exponer las imperfecciones de mi cuerpo gratuitamente. La ternura de sus abrazos, la sonrisa acariciadora, su mirada tranquilizadora y cómplice, colman mis ansias de dopamina y me permiten atisbar un oasis de bienestar y paz que sin duda necesito para curar mis heridas y decelerar mi desbocado ritmo cardíaco. No sé muy bien dónde rebuscar para estar a la altura y encontrar en mis baúles aquello que le complazca y colme sus expectativas, pero sin duda le debo el esfuerzo de intentarlo.

La semana anterior, intentando superar la frustración de no haberme podido encontrar con A (después de haber franqueado más de una barrera y tras una larga y azarosa charla por diversos medios), disfruté de la frescura de J, que me llenó las arcas vacías de fenilananina con el entusiasmo de su juventud y la belleza de su cuerpo, su personalidad y su inteligencia; me hizo sentir cómoda y valorada a pesar de la constatación de nuestra diferencia generacional cuando entre risas nos dimos cuenta de que le resultaban ajenos por completo los conceptos de perestroika y glasnost, que yo viví en primera línea de fuego desde Rusia y sin amor. Los nervios de su primera experiencia en un local liberal con él y M, el convidado de piedra, cuya belleza racial y su melena rizada se perdieron casi toda la noche buscando sugerentes invitaciones, nos abocaron a refugiarnos en un reservado donde saciarnos de piel, saliva y caricias hasta desgastarnos, de risas y gratitud por la agradable sorpresa de habernos encontrado, incluso en tal sitio como aquél en que nos conocimos, de la mano de M. Aún me escribe. "Mañana estoy solo en casa... ¿Quieres que terminemos lo que empezamos, en un sitio más tranquilo?" Ojalá pudiera transmitir una pequeña parte de esa sustancia de la felicidad a A, y decirle cuán hermosa puede ser la vida y cuánto puede llegarse a disfrutar si de verdad lo quieres. Pero tiene que atreverse a superar su timidez y a dejar en casa sus cargas y sus mochilas cotidianas. Tiene que saber lo que vale y lo que cualquier chica sería capaz de ver si superara esa timidez que, junto con otra justificación  que acepto como real, supuso mi primer plantón, lo que estuvo a punto de resquebrajar mi frágil estado emocional de entonces, y  que sin embargo me embarcó en la inquietante y divertida aventura con J y M, más propia de Balikum que de mí.

Me pregunto qué me depara el potencial encuentro con R, que tras otro plantón fruto de una sucesión de desafortunados incidentes, consiguió recuperar mi predisposición a un rendez-vous con sus conversaciones cargadas de endorfinas y sugerentes propuestas. Porque aunque quiera me cuesta ser rencorosa. Y sobre todo, porque me provoca intriga, me promete misterio, me aventura seducción y me propone morbo, mucho morbo. Me resistía al encuentro, no me siento a la altura... pero ahora lo deseo, ¿por qué no?

Oxitocina, endorfinas, dopamina, fenilananina... De todas esas sustancias portadoras de la felicidad y otras, como la epinefrina que seguramente permitió a Lys vencer su amaxofobia, estoy necesitada esta semana. Y la siguiente, y posiblemente todas las que la sucedan. No se venden. No se compran. No se sintetizan. O quizás sí. Pero no necesito camello porque están dentro de mí... de todos nosotros. Sé que, como aquella gratificante eyaculación acuosa que desconocía en mí, están a mi alcance y solo yo puedo generarlas. Y solo se obtiene el resultado deseado en combinación con la persona adecuada. Si  te faltan... deséalas y búscalas. Si las tienes en exceso... ¿por qué no compartirlas?

1 comentario:

  1. Por mucho tiempo, me pareció que la vida estaba por comenzar, la verdadera vida. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que superar primero, algún asunto no terminado, tiempo por invertir, una deuda que pagar. Entonces la vida comenzaría. Finalmente me di cuenta de que esos obstáculos “eran” mi vida.

    Esta perspectiva me ha ayudado a ver que no hay camino a la felicidad. La felicidad es el camino. Así que, atesoremos cada momento que tengamos.

    Y atesorémoslo más porque lo compartimos con alguien especial, lo suficientemente especial como para "aprovechar" nuestro tiempo, y recordemos que el tiempo no aguarda a nadie. Así que, dejemos de esperar y anticipemonos..............

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